La isla del Manzanares.

Son muchos los que ya disfrutan de la transformación de las orillas del Manzanares a su paso por Madrid pero son pocos los que tienen constancia de que años atrás los madrileños ya disfrutaron de su río y de las instalaciones que sobre éste una vez existieron. 


El cambio del siglo XIX al XX trajo consigo un cambio de mentalidad, un interés por el cuidado del cuerpo y la mente, por la actividad física con la naturaleza como escenario.La aparición de estas nuevas ideas derivó en la aparición de instalaciones deportivas y de ocio. Con la Segunda República la ciudad de Madrid experimenta una profunda modernización.


El Plan General de 1930 tuvo la idea de dotar a la capital de dos zonas de baños en torno al Manzanares, situando una piscina alrededor de un embalse, en el Monte del Pardo y la otra como si de un barco varado se tratase en el cauce mismo del río asentada sobre una isla. Conocidas como la Playa de Madrid y La Piscina de la Isla respectivamente.


Foto de 1931. Se aprecia la situación del recinto, con la estación de Príncipe Pío en la esquina superior izquierda de la imagen.


Proyectada por el genial arquitecto Luis Gutiérrez Soto en 1931, la Piscina de la Isla; claro ejemplo de la arquitectura racionalista, se levantó sobre una porción de tierra que debió existir en el río antes de las obras, si hacemos caso a la mayoría de mapas antiguos que dan constancia de ello. 

Planos y mapas como los pertenecientes al cartógrafo Pedro Texeira en los que se ha llegado a contabilizar hasta seis islas en el Manzanares.



Detalle del Plano de Texeira, de 1656.



Su fachada principal nos recuerda a otro claro ejemplo del racionalismo madrileño; el edificio Carrión o edificio Capitol de la Gran Vía. Constaba de tres piscinas, una en la popa, otra en la proa y por último una interior.


Foto del recinto cubierto.


Desde esta vista se aprecia perfectamente su forma de buque.


Los madrileños la disfrutaron hasta que fue derribada en 1954 con motivo de las obras de la segunda canalización del Manzanares. 

Como otras tantas grandiosas obras que Madrid fulminó, pasó a ser fruto del recuerdo de unos pocos.


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